lunes, 6 de abril de 2009

CITA EN EL MAJESTIC

Le gustaba ése hotel. Construido tras la Primera Guerra Mundial, presentaba una apariencia sólida y duradera, con mucha piedra caliza por fuera y mármol italiano en el interior. A cada paso, la impresión de añeja distinción se veía reforzada por el brillo de embellecedores de bronce y maderas nobles de tonos oscuros. Incluso el personal parecía tener un aspecto vetusto, como si ahí adentro el tiempo transcurriera a distinta velocidad que en el mundo exterior. En cada ocasión que Javier entraba en el Majestic, se sentía invadido por gratas ensoñaciones sobre amores entre maharajás y cabareteras, espías de potencias extranjeras, millonarios con sus furtivas amantes o actrices en decadencia que se entregaban a vicios inconfesables en la penumbra de sus habitaciones. Recién cuando pasaba al elegante bar de la planta baja y echaba un primer trago a su whisky conseguía desprenderse de sus alucinaciones y centrarse en la realidad. Estaba allí, como cada semana, para encontrarse con una mujer y si bien no temía la cancelación de la cita, miraba el reloj con cierto nerviosismo, más propio de su natural impaciencia que de temores infundados. Por fin, cuando apenas pasaban cinco minutos de la hora fijada, Natalia irrumpió en la refinada estancia, vestida con un elegante abrigo de visón, un traje sastre negro con medias a juego y el pelo aún húmedo recogido en una coleta. La precisión de sus gestos y la energía de su andar, potenciaban su imagen de cuarentona burguesa y desenvuelta, dinámica y tan segura de su atractivo que consentía con desprecio las deseosas miradas de los hombres con que se cruzaba.

- ¿Quieres tomar algo? – preguntó Javier cuando la tuvo enfrente
- No, mejor subamos – contestó ella con media sonrisa

En el cuarto, el 310, mientras Javier abría la ventana y bajaba la persiana, Natalia se desprendía de sus prendas hasta quedarse únicamente sexualmente engalanada con una sedosa combinación negra. Sabía que eso destacaba sus ya de por sí evidentes encantos e inflamaba la líbido de un amante deseoso de poseerla.

- ¿Estás tomando algo para estar tan buena?
- Sí…….a ti

Tras la ducha, mientras se vestían, no podían evitar ver su satisfacción por el buen sexo compartido, empañada por la frustración de tener que marcharse. Pero pronto se consolaban; la promesa de futuros encuentros les dibujaba una sonrisa sólo borrada cuando, al llegar a la calle miraban con aprensión sus respectivos relojes:

- Uy, se me ha hecho tardísimo querido, me voy corriendo a recoger a los chicos al colegio
- Sí, yo también me voy volando que tengo una reunión con un cliente
- ¿Podrías traer uno de esos panes de centeno tan buenos de al lado de tu oficina para la cena?
- Claro
- Te quiero, mi vida
- Y yo a ti, corazón.